martes, 16 de noviembre de 2010

Tal vez

El sonido de un animal nocturno me despertó; miré el reloj, las 2 de la mañana, tenía que dormir un poco más. Cerré los ojos, no podía dormir. Dejé que pasara el tiempo, abrí los ojos. Nada sólo había pasado media hora. Decidí que ya que no podía dormir, iría repasando la lista de objetos que llevaba, cerciorándome que no faltaba nada. Nada el tiempo no pasaba. Me sente sobre mi cama y abrí la cortina que tapaba mi ventana. Empecé a pensar, y sin darme cuenta mis ojos se llenaron de lágrimas. Era la última vez en un indefinido tiempo que miraba por esa ventana, pero eso no era lo peor, era la terrible tristeza de saber que dejaba allí a todos los que me querían. Sin embargo, no había otra opción mejor. Si tenía éxito volvería, pero..¿y si no lo tenía? ¿qué me ocurriría? Me levanté, quedaban horas para irme, pero no podía estar quieta.
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Ya era la hora de irme, me había despedido cien veces de todos: mis amigas, mi familia; pero aún así tenía la sensación de que no lo suficiente. Subí al tren, me senté con otras chicas, que al igual que yo, se iban. Íbamos a trabajar en un fábrica alimenticia de uno de esos países en los que la gente sólo compra y camina alocadamente por la calles.
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Dos meses después un taxista, mientras esperaba a que alguien le llamara, escuchó una habitual pero trágica noticia:
Acaba de ser desarticulada una mafia del comercio sexual que traficaba con jovenes de 16 a 20 años. Todas ellas han resultado muertas debido a un tiroteo llevado a cabo por los responsables de la banda. 

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